15 de abril de 2008

La vida antes y después de Tinelli

Hoy, en la sección Culturas, del diario Crítica:

Opinión

A.d.T. y D.d.T.*

La industria del entretenimiento argentino descubrió que su historia se escribe en dos épocas: antes de Tinelli y después de Tinelli. Al escuchar a los entusiastas analistas del fenómeno T (y a sus acendrados detractores), no queda más que pensar que la vida del espectador local debía de ser muy diferente. Como si el sur antes no hubiera tenido ideas. Al parecer, la televisión a.T. no movilizaba multitudes, no tenía todo el rating que tiene ahora, no había polémicas tan encarnizadas para alimentar tantos paneles, ni ofrecía esos espacios donde las estrellitas caídas del firmamento mediático pueden reencontrar el cariño perdido de sus espectadores (y donde las fugaces picotean un poco de la mieles de la fama).

En la era a.T. la televisión no había llegado al nivel escatológico en el que comenzó a llamarse basura, o al menos, si existía tal cosa, no tenía el privilegio de las audiencias a granel. No sólo monopoliza el horario central sino que además el día después se repite a cualquiera hora, con variantes que van desde el gag apto para todo público hasta el escarnio más vil, pasando por distintos tonos de impudicia, que deleitan a multitudes y escandalizan a otros tantos.

Antes, en la era TV Guía, los relojes coincidían con los horarios que prometían las grillas y la hora duraba 60 minutos. En la era d.T. los relojes no se sincronizan con Greenwich, sino con una aguja oscilante que marca el humor promedio del espectador urbano, que se mide en unidades de rating. Actualmente, un programa dura lo que el programador necesita para acarrear la atención de dos dígitos. Cuando pasa los 30 puntos de rating, entonces una hora puede durar hasta el otro día.

En la era a.T. el artista se encasillaba en un oficio. Ahora puede ejercitar el talento por la danza que la ausencia de un Broadway autóctono le impidió desarrollar y puede extender el ámbito de su desafinación más allá de la ducha, con la tranquilidad de que cuanto peor cante más atraerá a los espectadores y a las discográficas.

En la televisión d.T. no hay invierno y verano. Hay unos meses de asueto, en los que se reponen hasta los éxitos de Ante Garmaz, y otros en los que la maquinaria trabaja. Cada temporada empieza con la revolución productiva tan esperada de la que comen no sólo los que trabajan en el show, sino incluso aquellos que no saben (o no asumen) que están trabajando para Tinelli. Hasta los programadores de otros canales tienen la gentileza de correr todo lo que pueden del horario que usurpa el imbatible, para contribuir a que no haya nada de valor para sintonizar en simultáneo (no sea cosa de ofrecer una ocasión para un zapping). A lo que agregan la promoción generosa de su competidor, al repetir en una cinta sin fin las proezas e infortunios del show de la noche anterior. Ellos son los mejores baluartes de otro nuevo género, la eco-televisión, que se dedica a repetir y amplificar. Incluso aquellos que hacen el culto desmesurado de prescindentes de Tinelli, en su denodado esfuerzo por demostrar que ellos no saben/no contestan sobre esta distracción de las masas, no hacen más que ratificar su existencia. Nunca la intelectualidad estuvo más unánimemente unida en una posición. Niego a Tinelli, ergo existe.

En la era d.T. un tercio de la audiencia en condiciones de ser medida es “todo el mundo”. Y por arte y magia de la teoría muestral de la publicidad y la planificación de medios, tres millones es todo el país. Por lo que a los que tienen algo para anunciar les agarra la compulsión de exhibir en el programa, o en sus espacios epifitos, todo lo que merezca ser mostrado para su venta y consumo; incluidos los productos políticos.

En la era d.T. se solucionaron los problemas de conversación, porque la integración social se mide en conocimiento de la figurita que bailó la otra noche el chachachá o en si se pudo o no ser testigo del instante en que se le soltó el bretel indócil. ¿En qué otros casos se encuentra hoy una conversación que no distingue clases, que lubrique el tejido social de una manera tan inocua? Mientras cada vez es más difícil argumentar a favor en contra de la soja, la opinión sobre Tinelli sigue siendo un derecho que no se le niega a nadie.

* Adriana Amado, Investigadora y docente, autora de La mujer del Medio

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Profesora la verdad me puse muy contenta al leer este anuncio...como ya debera de saber, porque lo hablamos en clase, yo opino exactamente igual q usted...Es raro que me ponga contenta pero no muchas personas opinan como ustedde y como yo, sabe porque??¿ ...porque el unico tema de conversacion que conocen en una situacion normal, una cena en familia a la noche, es; viste que hay un bailarin ciego?!?!? y yo soy una de las personas que contesta nooooo .... cuando miro ese tipo de programas siento que mi coeficiente intelectual (por mas que no sea mucho) va disminuyendo poco a poco.
Bueno profesora simplemente queria hacerle llegar que opino como usted.
Marina Susmano

Anónimo dijo...

Coincido plenamente con tu opinión. No me gusta Tinelli, nunca me gustó y considero un fenómeno digno de estudio cómo buena parte de los argentinos (3 millones es la mayoría?) gasta litros de saliva opinando sobre los breteles rebeldes, las lágrimas de cocodrilo, el insulto bien colocado o fuera de lugar y espera que "esa arpía que quiere maquillarse con SU maquillador" termine despatarrada sobre el piso.
Por suerte, tengo otros 64 canales para mirar. Y si no encuentro nada que me interese, me quedo con la radio o un libro.