Un grupo de encuestas ubican la imagen positiva presidencial por debajo de los 26 puntos, mientras que en el otro extremo hay toda una tanda de encuestadores que brindan números mayores a 50 para variables tales como “opiniones favorables”, “apoyo de la opinión pública”, o eufemismos similares que intentan consolidar un número mayoritario a favor de algo. Para una encuesta no hay nada mejor que otra encuesta (especialmente cuando los números vienen de un proveedor oficial).
En cualquiera de los casos, ni los números cierran, ni los sesudos análisis de los comentaristas de turno tienen una base matemática cierta. No puede hoy la Presidente tener mejor aceptación pública que en octubre de 2007, ni perdió la mitad del porcentaje de aprobación que reflejaron esos comicios.
Deducen la mayoría de los cronistas que el caudal de apoyo ciudadano fue del 44,5%. Pero este apenas es el porcentaje que obtuvo la lista ganadora sobre los votos emitidos. Si quisiéramos tomar los comicios como una foto de la opinión de la ciudadanía sería necesario incluir por lo menos a todo el padrón electoral. Que en Argentina es poco más de 27 millones de personas.
En la última elección un 32% de las personas en condiciones de votar no lo hicieron. El 31% de los votos se dirigieron a Cristina Kirchner, y el resto a otros candidatos. Si técnicamente fuera posible equiparar la elección nacional a una encuesta de opinión pública, la conclusión sería que por entonces un tercio aprobaba la figura presidencial, un tercio votaba lo contrario, y un tercio de la población se ubicaría en la categoría “No sabe/No contesta”.
Con lo cual tenemos dos noticias. La buena, es que la Presidente no perdió la mitad de la aprobación social que tenía en el momento de las elecciones, como sostienen los análisis menos favorables, sino apenas un 10% de esta hipotética base de legitimación. La mala es que es poco probable que tenga mayor aceptación pública que la que tuvo en el momento de su consagración. Las leyes de la termodinámica sostienen que la entropía universal es un proceso irreversible, y las de la física nos recuerdan que lo que sube, tiende a bajar. En la matemática política, en cambio, alcanza con un astuto cálculo comunicacional.
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